Voces activas, historia de una lucha que continúa
El 20 de septiembre se conmemora la creación de la Caja Nacional de Jubilaciones y Pensiones. En un contexto de fuerte embestida contra los sectores más relegados, conversamos con tres referentes estatales: María Rosa Carreño, Jorge Raiti e Inés Cozzi.
Hablar del derrotero del sistema previsional argentino es tan necesario como complejo. Si bien hubo experiencias sectoriales a fines del siglo diecinueve, a inicios del veinte la primera caja era sólo para trabajadores del Estado, particularmente funcionarios, personal de los ferrocarriles y magistrados judiciales. Eran los primeros pasos del sistema que se fue extendiendo a otras actividades y gremios. En su último año de gobierno, Juan Domingo Perón instaló el sistema de reparto, que funcionaría hasta la privatización menemista de 1994.
Las cuestionadas AFJP duraron 14 años. Se abandonó así la solidaridad inter generacional como principio constitutivo del sistema. Pero, en 2008 La Ley 26.425 enterró la jubilación por capitalización para brindar el sistema previsional público y obligatorio que funciona hasta nuestros días.
Lo cierto es que aun defendiendo el esquema actual –mucho más justo que los precedentes y ligado a la actual dinámica productiva-, la cosa no anda bien. En septiembre la canasta del jubilado asciende a $270.000 con gastos de vivienda, pero el haber mínimo que cobra la inmensa mayoría es de $87.459. Agregando el anunciado bono, cobrarán un neto de $124.000. Es decir, ni media canasta, ni un alquiler, aún con una suma extraordinaria.
Inmersos en este panorama crítico que, lamentablemente ya vieron muchas veces, hablamos con tres emblemas de jubilados y jubiladas de ATE Rosario que, coinciden, en que hay cuatro desafíos centrales para el sector: haberes dignos, prestación de salud acorde (ya sea vía normalización de PAMI, o IAPOS), mejora del sistema vigente con 82% móvil y defensa de la caja provincial (contra su armonización, que implicaría pérdida de derechos).
Pasividad cero
Hablar con Rosa, Jorge e Inés es transitar una narración en plena acción. Y todos los caminos conducen a ATE, que en esa línea histórica nada recta, sino más bien espiralada del país, se puso al frente de la defensa de los trabajadores y trabajadoras.
Flamante Secretaria Administrativa electa de ATE Rosario, María Rosa Carreño es jubilada de la Dirección Nacional de Vías Navegables. Ingresó en mayo de 1980 y pasó por la coordinación administrativa y Recursos Humanos. Fue la primera mujer en una junta interna poblada de historia y referentes de ATE, como Vicente Militello, cuando en la repartición había 525 personas. Hoy, está totalmente desguazada.
“En realidad nunca sentí que me jubilé, porque sucede en plena pandemia, en febrero del 2020. En marzo arranca y ya estaba trabajando acá con Lorena (Almirón, Secretaria General reelecta), venía todos los días, seguía estando en actividad. O sea, nunca hice un quiebre, siempre me sentí activa. Por eso hay muchos compañeros que no me reconocen como jubilada”, reconoce.
La extensión de la feamente denominada ‘expectativa de vida’, de la mano del intento siempre presente de maximizar la explotación de la fuerza laboral, pone cíclicamente en debate el aumento de la edad para retirarse. “No estoy de acuerdo”, sentencia Rosa y fundamenta: “después de la etapa laboral, de haber trabajado tantos años, lo lógico sería que el jubilado también pueda disfrutar. Disfrutar en cuanto a tener un buen salario, para poder tener la vida que realmente nunca pudo tener, recreación, viajes, familia, disfrutar de la manera que quiera”.
A Jorge Raiti le suena el peronismo en la voz y retumba la historia sindical en sus relatos. Rosarino, estudiante en la Industrial Nº 40, fue metalúrgico desde los 15 años e integró la histórica Agrupación Felipe Vallese, que disputó la dirección del gremio metalúrgico a la burocracia de la UOM local, asesorados por abogados laboralistas emblemáticos como Horacio Zamboni y Anibal Faccendini. Una época y un sector donde militar, no era un paseo.
Las privatizaciones de los ’90 y la generación de listas negras, lo dejaron sin laburo y ahí ingresó a la órbita del empleo público. Primero en la Cocina Centralizada de Felipe Moré, luego a la de Granadero Baigorria para terminar, en esas vueltas de la vida, en el Barrio Las Flores, primero en el Jardín 8080 y, finalmente, en la escuela en la que trabajó y murió Claudio Pocho Lepratti: la 756. Fue delegado sindical, ayudante de cocina y también celador.
La jubilación fue por prescripción médica. Un ACV lo dejó fuera de juego y tardó años en recuperar el habla, hoy, apasionada y fluida. En el mismo sentido que Carreño apunta: “el jubilado tiene que vivir lo que queda de vida como la gente, no tirado. Ir a pedir un bolsón de pan es lamentable”.
Inés Cozzi es jubilada de la provincia de Santa Fe, abogada y desarrolló tareas en la entonces Dirección de Minoridad hasta ser detenida por razones políticas. Reincorporada en 1985, pasó por el Ministerio que se llamó de Desarrollo Social y en la Dirección Provincial de Niñez, Adolescencia y Familia, a la que después se le agregó el área Mujer y Violencia Familiar. Allí coordinó el equipo interdisciplinario de abordaje en situaciones de violencia hacia la mujer y situaciones de violencia familiar. Luego trabajó en la Subsecretaría de Derechos Humanos de Rosario, donde se jubiló.
“Creo que hoy se está cambiando el paradigma, no sólo de lo que son los jubilados y jubiladas, sino también de la concepción que hay hacia las personas mayores, el paradigma de la longevidad. El tema de considerarnos clase pasiva, como si dejáramos de ser activos en la vida, o de ser abuelos y no ser personas integrales, con deseos, inquietudes. Somos seres activos, con sueños, ilusiones, deseos y también con convicciones para luchar por nuestros derechos. Así que yo vivo desde ese lugar la jubilación y el paso de los años”, cuenta.
Pandemia, sindicato y crisis
Marzo de 2020 fue una bisagra en la vida mundial. Con la expansión del Covid, las personas mayores de 60 pasaron a ser ‘factor de riesgo’. Los términos ‘contacto estrecho’, ‘componente activo’, ‘ola’, ‘refuerzo’, ya no significaron lo mismo. Pero ¿cómo vivieron esa etapa estas compañeras y el compañero?
“Lo que yo más sufrí de la pandemia fueron los afectos, el no poder tener contacto con mis familiares. Me ayudó mucho el seguir estando activa sindicalmente. Si no, hubiera entrado en un pozo de depresión”, afirma María Rosa. “No podías ir a ningún lado, sino con el barbijo, esto, aquello. No era fácil”, recuerda Jorge. “A mucha gente le afectó la soledad y no supo articularse. Yo hice muchos talleres por Zoom, la mía fue otra realidad, pero creo que sí que incluso vecinos, los vi muy afectados”, plantea Inés.
Mantenerse activos y comunicados, con o sin pandemia, parece la receta para no caer. En este sentido ser parte de un sindicato como ATE también tiene sus lecturas. No sólo se está con gente, sino que se está para un fin superador. Y, por eso, piensan como indisociable la pelea conjunta entre quienes están en actividad y quienes ya se retiraron.
“Los jubilados somos el último eslabón viviente. O sea, como ya dejamos de aportar y ya somos un sector muy relegado por la sociedad misma, el activo sigue trabajando, sigue en la lucha en las calles y demás, pero el jubilado, si no nos acompañan los activos y la sociedad en su totalidad, no existimos”, plantea Rosa.
Y profundiza sobre el rol organizativo: “el sindicato tiene que continuar la lucha como lo viene haciendo, redoblar los esfuerzos totalmente y estar en las calles. No hay otra. La coyuntura que se viene, no es fácil. Tenemos que seguir concientizando, tenemos que seguir siendo los voceros de nuestra Asociación de Trabajadores del Estado, tratar de llegar a los jóvenes, a toda la sociedad en su conjunto”.
Con la enorme capacidad de comparar experiencias desde adentro, Jorge define: “acá en Rosario hay un sindicato pluralista. No es la UOM de los 80, que era más difícil, yo era delegado de la fábrica y no era tan fácil entrar al sindicato. También ATE en Santa Fe es otra cosa, recuerdo viajar de la delegación a los congresos delegados y generalmente no nos dejaban hablar, nos decían zurdos. Son muy sectarios”.
“Acá encontré un grupo de muchachos como Ángel Porcu, que venía de La Marrón. Él era metalúrgico, había estado preso. O Roberto Moreno, qué sé yo, gente que fue y es muy capaz, de ley, que podíamos hablar de todas las cosas y nos mirábamos de frente, no había traición. Encontré un espacio donde se podía dialogar democráticamente en un sindicato y pelear por la reivindicación que corresponde, más que eso, creo que avanzamos un montón”, valora el ex tornero y metalúrgico.
“En ATE éramos pocos y se avanzó mucho. Veo mucha gente nueva con ganas de acomodar el sindicato y de traer ideas y bueno ahí se incorporó mucha gente a la nueva lista, somos un sindicato que nos quieren tumbar pero ellos (de Santa Fe) saben que no, que acá es imposible, que se maneja distinto. Todo se decide en asamblea, todos hablan, todos opinan”, reivindica.
Por eso, tanto Rosa, como Inés y Jorge, son voz y parte de un legado que se sigue construyendo, incluso en las crisis más ásperas de Argentina y Latinoamérica. Sus recuerdos, sus acciones y sus advertencias son guías para lo que viene. Hablan de la posibilidad de seguir construyendo un Estado para las mayorías, donde viejos son los trapos, la juventud es lo que está pasado y el futuro, de una vez, sea un acercamiento real a las utopías colectivas.
Equipo de Comunicación ATE Rosario